Acompañados del Obispo, personas en situación de calle y voluntarios celebraron alegremente un nuevo año de trabajo y servicio a los pobres.
Con una Eucaristía presidida por Monseñor Felipe Bacarreza, el miércoles 4 de julio, se festejó el segundo aniversario del comedor fraterno para personas en situación de calle de Los Angeles.
Este comedor comenzó su misión en el año 2016, para ir en ayuda de las personas más necesitadas de la ciudad; viendo que esta carencia se hacía urgente en el tiempo de invierno, empezó a funcionar en las dependencias de la parroquia San Francisco de los padres capuchinos.
Después del tiempo de invierno de ese año los organizadores de este voluntariado se percataron de la necesidad de prolongar esta actividad, ya que las personas beneficiadas requerían de esta ayuda de forma más permanente.
De esta forma ya se cumplen dos años del comienzo de esta hermosa actividad y en la fiesta de santa Isabel de Portugal el obispo de Santa María de Los Angeles reflexionó sobre lo providencial de la fecha donde está santa se entregó por entero a los pobres repartiendo todo su dinero y entrando a la tercera orden franciscana.
Después de la Eucaristía los beneficiarios prepararon un asado en las instalaciones de la parroquia San Francisco donde ellos recibieron a sus amigos en esta celebración.
Los festejos finalizaron con un almuerzo en la casa pastoral donde funciona el comedor con los voluntarios y bienhechores del centro.
Respondiendo al llamado del Papa
Cuando el Papa Francisco nos habla de las personas necesitadas, nos ha dicho que “Se puede mirar a un sin techo y verlo como a una persona, o bien como si fuese un perro”, con estas duras palabras, el Santo Padre habló de la necesidad de acoger y de ayudar a las personas que viven en la calle.
El Obispo de Roma advirtió que “las personas que viven en la calle comprenden inmediatamente cuándo hay un verdadero interés por parte de la otra persona o cuando hay ese sentimiento de pena”. En este sentido reconoció que el egoísmo puede establecer una barrera con las personas excluidas. “Es muy difícil ponerse en los zapatos de los demás porque a menudo somos esclavos de nuestro egoísmo”, señaló, e indicó que hacer ese ejercicio “significa tener una gran capacidad de comprensión”.