Mt 25,1-13 – Uno será tomado y el otro dejado
El capítulo XXV del Evangelio de Mateo es un discurso continuo de Jesús dedicado a revelarnos, por medio de tres parábolas, una verdad acerca de Él, que profesamos como artículo de fe en el Credo: «Desde allí (desde el cielo donde está sentado a la derecha del Padre) ha de venir a juzgar a vivos y muertos». En realidad, no sólo nos revela esa venida, sino, sobre todo, nos exhorta a conducir en este mundo una vida coherente con ese evento, que será el último de la historia humana. En este Domingo XXXII del tiempo ordinario leemos la primera de esas parábolas, la parábola de las vírgenes necias y prudentes. No tenemos que hacer grandes razonamientos para obtener el objetivo de la parábola, porque lo formula Jesús mismo: «Velen, pues, porque no saben ni el día ni la hora». El «qué» –la venida final de Jesús– es una verdad de fe revelada; el «cuándo» no lo sabemos.
La parábola comienza con la fórmula habitual usada por Jesús para introducir la mayoría de sus parábolas: «El Reino de los Cielos será semejante a…». No nos tenemos que detener a discernir a qué se refiere Jesús literalmente con esa expresión, tan usada por Él, porque la compara con las cosas más dispares. Aquí la comparación es: «Es semejante a diez vírgenes, que salieron al encuentro del esposo». Un «Reino», tal como lo entendemos nosotros, es muy distinto a esto. Pero, además, la comparación rige solamente, si de esas diez vírgenes cinco son necias y cinco prudentes. La comparación, en realidad, no rige sino cuando la parábola ha concluido. Debemos decir, entonces, que «Reino de los cielos (o de Dios)» es una expresión provisoria que usó Jesús para revelarnos su propia Persona y todo lo que significa que, por nosotros y por nuestra salvación, Él se haya encarnado y se haya hecho hombre, que haya muerto en la cruz, que haya resucitado y que esté sentado a la derecha del Padre y que haya de venir al fin del mundo. Todo eso expresa el «Reino de los cielos».
«Diez vírgenes salieron al encuentro del esposo». Se describe una escena familiar de vida diaria del tiempo de Jesús. La unión nupcial en Israel tenía dos momentos: el momento del compromiso, que hace de los contrayentes verdaderos esposos, y el momento, que ocurre un tiempo después, en que el esposo, acompañado por sus amigos, viene a buscar a la esposa para llevarla a vivir consigo. Ella a su vez espera la venida del esposo, acompañada por sus amigas. Este es el momento de la fiesta de boda. Todo mira hacia la participación en esa fiesta.
En la parábola Jesús destaca la circunstancia de que cinco de esas vírgenes eran necias y cinco prudentes. ¿De qué depende esa diferencia? Las prudentes consideraron la posibilidad de que el esposo pudiera tardar y se proveyeron de aceite para sus lámparas en cantidad suficiente para todo el tiempo que fuera necesario esperar al esposo; las necias, en cambio, no consideraron esa posibilidad y no se proveyeron de suficiente aceite. De hecho, «el esposo tardaba». Su venida será en el momento menos pensado, hasta el punto de que todas esas vírgenes se durmieron.
«En medio de la noche hubo un grito: “¡Está aquí el esposo; salgan a su encuentro!”». La parábola alcanza gran dramatismo. Ha llegado el momento anhelado de la venida del esposo. Pero también es el evento que pondrá en evidencia la diferencia entre esas diez vírgenes. Todas ellas se apresuraron a arreglar sus lámparas para el encuentro con el esposo. Pero las necias verificaron que sus lámparas habían agotado el aceite y dijeron a las prudentes: «Dennos del aceite de ustedes, que nuestras lámparas se apagan». La cantidad de aceite que tomaron consigo esas vírgenes es la medida del amor al esposo que cada una de ellas tiene y la disposición a estar siempre velando para que él las encuentre anhelando su presencia. Es algo intransferible. Por eso responden: «No, es mejor que vayan a comprar aceite para ustedes». En esta ausencia se reveló la consecuencia de su falta de amor al esposo: «Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo». Encontró velando solo a cinco de esas vírgenes y ellas «entraron con él al banquete de bodas». Jesús agrega: «Y fue cerrada la puerta», para subrayar la separación definitiva. En efecto, «llegaron las otras vírgenes diciendo: “Señor, Señor, abrenos”». La respuesta es la habitual expresión de disociación total: «En verdad les digo que no las conozco». Es una sentencia que ellas se prepararon para sí, porque, en realidad, ellas mismas manifestaron poco amor al esposo.
En la parábola Jesús no establece diferencia en la relación de esas diez vírgenes con el esposo que viene. Todas ellas lo esperan por igual como al propio esposo. De esta manera, expresa Jesús que el amor que Él espera de nosotros es un amor esponsal, es decir, un amor total, exclusivo, fiel y fecundo en buenas obras. Es un amor que da vida, como lo hizo Él: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10).
Se preguntan los intérpretes la razón del número diez. Alguno de los padres de la Iglesia afirma que cinco son los sentidos del ser humano y distinguen entre los sentidos carnales y espirituales, que indicarían la diferencia entre las vírgenes necias y prudentes. Más interesante parece observar que en otra parábola, que se refiere también a la venida final de Jesús, recurre el número diez: «Un hombre noble marchó a un país lejano, para recibir la investidura real y luego volver. Habiendo llamado a diez siervos suyos, les dio diez minas y les dijo: “Negocien hasta que venga”» (Lc 19,12-13). En el tiempo de Jesús, según la literatura rabínica, diez era el número requerido para constituir una congregación: «Cuando diez personas se sientan juntas a estudiar la Ley, la Presencia está en medio de ellos» (Aboth, III,7). Tal vez esta idea sugirió a Jesús el número diez. También diez fue el número en que se detuvo Abraham cuando suplicó a Dios que no destruyera Sodoma y recibió de Dios esta respuesta: «No la destruiré si se encontraran allí diez justos» (Gen 18,32). Se encontraban menos que diez.
A nosotros más nos preocupa la proporción que establece Jesús: cinco entraron al banquete y cinco quedaron fuera. Esta misma proporción la repite Jesús en otro lugar: «Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste… Yo les digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada». (Lc 17,30.34-35). El Evangelio de este domingo nos invita a acoger la advertencia con que Jesús concluye la parábola de las diez vírgenes: «Velen, porque no saben ni el día ni la hora».
+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles