Mc 1,12-15 – Jesús estuvo en el desierto cuarenta días
En todo el orbe católico celebra hoy la Iglesia el Domingo I del tiempo litúrgico de la Cuaresma. Pero no es hoy el comienzo de este tiempo litúrgico. La Cuaresma comenzó el miércoles pasado, que recibe el nombre de «miércoles de ceniza», por ese signo austero de derramar ceniza sobre la cabeza de los fieles para recordarles la caducidad de este mundo. ¿Por qué no comienza este tiempo litúrgico hoy, en un día domingo, como sería lo lógico? Para encontrar respuesta a esta pregunta hay que remontar a los primeros siglos del cristianismo.
Todo en la liturgia parte de la gran Solemnidad de la Resurrección de Cristo, incluso el domingo mismo, como «Día del Señor», en lugar del sábado, celebrado por el pueblo de Israel. La Vigilia de ese día –la Vigilia Pascual– es la celebración central del misterio cristiano. En esa Vigilia la Iglesia celebraba la iniciación cristiana de los nuevos miembros de Cristo. Mucho tiempo después, se distinguió en esta celebración la administración de tres Sacramentos distintos: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. El Domingo de Resurrección era precedido por la conmemoración de los últimos días de Jesús en Jerusalén, que comienzan con la celebración de su entrada en Jerusalén, el Domingo anterior, Domingo de Ramos. Esta semana recibió el nombre de «Semana Santa».
Los que iban a recibir los Sacramentos de la iniciación cristiana en la Vigilia Pascual –los catecúmenos– se preparaban con un tiempo más intenso de oración y ayuno cuyo objetivo era unirse a Jesús durante el tiempo que Él pasó en el desierto, después de su Bautismo por Juan, antes de comenzar su ministerio público. Ese tiempo duró cuarenta días, como leemos en el Evangelio de este domingo: «Jesús permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás». Ese tiempo de preparación debían comenzarlo, entonces, los catecúmenos cuarenta días antes del Domingo de Ramos. Incluyendo el primero y el último, caemos en el miércoles de la sexta semana anterior. Este es el miércoles de ceniza, que inicia este período de cuarenta días de oración y ayuno. Así se explica por qué la Cuaresma comienza un día miércoles.
Debemos preguntarnos ahora, por qué Jesús consideró necesario que la preparación a su ministerio público ocurriera en el desierto y durara precisamente cuarenta días. El Evangelio es claro en afirmar que esa decisión la tomó movido por el Espíritu Santo, que acababa de bajar sobre Él en forma de paloma en el momento de su Bautismo en el Jordán. En efecto, Marcos usa una de las expresiones más difíciles de traducir (cada uno puede verificarlo consultando diversas Biblias): «El Espíritu lo expulsa al desierto». El evangelista usa el mismo verbo dos veces en las próximas líneas para decir que «Jesús expulsaba los demonios» (Mc 1,34.39). Mateo y Lucas, en el lugar paralelo, lo suavizan transformandolo en una acción pasiva: «Fue conducido por el Espíritu al desierto» (Mt 4,1); «Fue guiado por el Espíritu al desierto» (Lc 4,1). En todo caso, se trata de una acción inspirada por el Espíritu como algo necesario para su misión.
Para entender esa necesidad, debemos observar la finalidad: «Estuvo en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás». El evangelista Mateo es más explícito: «Para ser tentado por el diablo» (Mt 4,1). Podemos concluir que el Espíritu le inspira esa acción para reparar la rebelión y continua murmuración del pueblo contra Dios durante los cuarenta años que transcurrió en el desierto después de su liberación de la esclavitud de Egipto. Dios declara: «Cuarenta años aquella generación me repugnó… Por eso, en mi cólera juré: No entrarán en mi descanso» (Sal 95,10.11). Dios había llamado a ese pueblo: «mi hijo», cuando mandó decir el faraón: «Israel es mi hijo, mi hijo primogénito… Deja partir a mi hijo» (Ex 4,22.23). Ahora Dios acaba de declarar, cuando se abrió el cielo sobre Jesús: «Tú eres mi Hijo, el Amado; en ti me complazco». Aquel hijo lo repugnó con sus rebeldías –y allí estamos incluidos todos–; éste llena su corazón de complacencia y obtendrá para todos el perdón. La complacencia que produce en Dios la fidelidad de su Hijo, que es uno de nosotros, supera la repugnancia que le produce el pecado de todos los demás seres humanos, excluida su Santísima Madre, que es inmune de todo pecado desde su Concepción.
«Tentado por Satanás». Marcos no detalla en qué consistió esa tentación. Pero esto nos permite afirmar que se refiere a toda posible tentación que puede sufrir el ser humano. A esto se refiere la Epístola a los Hebreos: «Tentado en todo, a semejanza nuestra, sin pecado» (Heb 4,15). Antes ha dicho: «Tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos… en orden a expiar los pecados del pueblo» (Heb 2,17).
En este tiempo de Cuaresma, entonces, debemos tener nuestro pensamiento puesto en Jesús y en la lucha que tuvo que sostener, habiendose hecho uno de nosotros, para liberarnos a nosotros del pecado y darnos la fuerza para permanecer fieles. Él asumió el castigo debido a nuestros pecados y nos liberó a nosotros. Esto nos permite a nosotros, conscientes de nuestra debilidad, orar al Padre, como Él nos mandó: «No nos lleves a la tentación, sino libranos del mal». Como diciendo: La prueba ya la sufrió Él, permaneciendo fiel.
Es cierto que todavía debería Jesús enfrentar la prueba suprema: la cruz. En esa ocasión, la prueba alcanzó el punto máximo, pues se sintió abandonado por su propio Padre (cf. Mc 15,34) y fue rechazado por las autoridades religiosas, que se burlaban diciendole: «Que baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos» (Mc 15,32). ¡No bajó! Permaneció fiel y nos obtuvo la salvación.
+ Felipe Bacarreza Rodríguez
Obispo de Santa María de los Ángeles